El tiempo, ese gran juez de la historia, nos ha regalado la oportunidad de contemplar con calma el verdadero significado de los Juegos Olímpicos de París 2024. Ha pasado un año desde que el pebetero se encendió, y el bullicio de las gradas ha dado paso a una silenciosa reflexión. Ahora, en la serenidad de la retrospección, podemos discernir qué ha quedado más allá de la brillantez fugaz de las medallas y los récords. El verdadero legado de París 2024 late en sintonía con los principios fundacionales del Olimpismo, ese noble ideal que Pierre de Coubertin defendió con la pasión de un educador y la visión de un humanista.
LA ESENCIA DEL OLIMPISMO EN NUESTROS DÍAS
Coubertin, visionario y padre del Movimiento Olímpico moderno, nos legó algo más que un evento deportivo: una forma de entender la vida. Para él, el Olimpismo es "una filosofía de vida que exalta y combina en un conjunto armonioso las cualidades del cuerpo, la voluntad y el espíritu" (Comité Olímpico Internacional [COI], 2023). París 2024 nos permitió ver esta visión hecha realidad: atletas que no solo desplegaron
fuerza y destreza, sino que también mostraron una voluntad inquebrantable y un respeto genuino hacia sus rivales. Aun hoy, sus historias resplandecen como faros que nos recuerdan que el triunfo auténtico está en la perseverancia, la disciplina y la deportividad.
El Barón también veía en el deporte un poderoso agente de unión, y afirmaba que "el deporte une a las personas más allá de las fronteras y las diferencias" (Coubertin, 1935/2000). Ese principio cobró vida en cada saludo respetuoso, en cada abrazo sincero entre competidores de naciones distintas, en cada instante en que la rivalidad se transformó en hermandad. Fueron gestos que nos recordaron que, incluso en un mundo fragmentado, el deporte puede recordarnos nuestra humanidad común.
LEGADOS QUE SE VEN Y LEGADOS QUE SE SIENTEN
El impacto de los Juegos de París 2024 no se reduce a la memoria ni a los valores. Un año después, es posible admirar un legado tangible: la Villa Olímpica se ha convertido en un barrio sostenible y vibrante, con viviendas, espacios verdes y servicios que ahora disfrutan los parisinos. Este proyecto no solo resolvió necesidades urbanas, sino que encarnó la visión de Coubertin del deporte como motor de progreso social. También fue visible la evolución del Espíritu Olímpico hacia una mayor inclusión. París 2024 hizo historia con una participación equilibrada entre atletas femeninas y masculinos. Aunque en su época Coubertin manifestó reservas sobre la competencia femenina, su afirmación de que el deporte "une más allá de cualquier frontera" (Coubertin, 1935/2000) hoy se resignifica como un eco de la inclusión que, como sociedad, hemos decidido abrazar.
UN FUTURO QUE SIGUE ENCENDIDO
París 2024 fue más que un evento deportivo: fue un recordatorio y un compromiso con el futuro. Nos enseñó, una vez más, que el deporte en su expresión más pura es un instrumento de transformación personal y colectiva. Su legado más profundo es intangible, pero inmensamente poderoso: un renacer del ideal de un mundo que convive, compite con respeto y celebra la diversidad.
No podemos dejar de convencernos al ver cómo sigue vigente la enseñanza de Coubertin de que el deporte es "la mejor manera de educar a la juventud" (Coubertin, 1931/2000). Ese mensaje no pertenece solo a los estadios; debe resonar en nuestras aulas, en nuestros campos de juego y en todos los espacios donde se forjan ciudadanos con valores.
Un año después, el legado de París nos muestra que el movimiento olímpico sigue vivo, creyendo firmemente en la educación, la unión y el espíritu del esfuerzo compartido. Es un llamado a que sigamos fomentando estos valores en nuestras aulas, en nuestros campos de juego y en cada rincón de nuestra sociedad. Porque, como recordaba Coubertin:
"El Olimpismo busca crear un modo de vida basado en la alegría que se encuentra en el esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo y el respeto por los principios éticos universales fundamentales" (Coubertin, 1935/2000).