El 2 de septiembre de 2025 se cumple el 88º aniversario de la muerte de Pierre de Coubertin, un momento para revisitar no solo las claves de su legado, sino también las voces que se alzaron para celebrarlo. Entre ellas, se destaca la del Dr. Francis-Marius Messerli, médico suizo, uno de los fundadores del Comité Olímpico Suizo y, durante décadas, amigo, organizador y defensor de las causas que sostuvieron el Olimpismo moderno.
En esta breve introducción, proponemos leer el obituario escrito por Messerli como un doble testimonio: periodístico, por su rigor y contextualización histórica; y poético, por su tono personal y por la reverencia que transforma fechas y hechos en memoria viva.
A continuación, se presenta la traducción de la nécrologie que Messerli dedicó al barón, un texto que combina información y añoranza y que ayuda a comprender por qué, casi un siglo después, su voz aún resuena.
HOMENAJE A COUBERTIN
Necrología de Pierre de Coubertin
Redactada por el Dr. Francis Messerli
Un duelo muy doloroso acaba de golpear al mundo deportivo, científico y pedagógico.
El Barón Pierre de Coubertin, el ilustre renovador de los Juegos Olímpicos, un gran historiador, filósofo y hombre de letras, falleció el 2 de septiembre de 1937 en Ginebra, donde se encontraba. Es una figura noble y bella la que desaparece; es una pérdida inconmensurable para la humanidad. Habiendo tenido el singular privilegio de conocer al difunto ya en 1908 y de ser, de forma continua, su colaborador desde 1912, nos imponemos el piadoso deber de rendir homenaje a su memoria, trazando brevemente la actividad de este hombre de genio que la historia sin duda clasificará entre los grandes renovadores y cuya influencia subsistirá a través de los siglos.
Recordamos la profunda impresión que nos causó el Barón de Coubertin cuando, aún joven estudiante, en 1903 tuvimos la dicha de conocerlo; ese primer encuentro suscitó en nosotros un verdadero entusiasmo por su obra, el olimpismo moderno. El señor de Coubertin, al igual que nuestros profesores de medicina, se convirtió en uno de nuestros Maestros venerados, y desde entonces se estableció entre él y nosotros un contacto estrecho, que los años no hicieron más que estrechar. Aún pocos días antes de su fallecimiento, pasamos una tarde entera discutiendo, durante la cual quedamos, como siempre y pese a sus 75 años, maravillados por su viveza de espíritu, su cultura tan vasta y magnífica y la envergadura de sus concepciones. Fue siempre para nosotros un verdadero placer pasar algunas horas en su compañía.
Es muy difícil resumir en pocas palabras la vida tan activa y la obra tan extensa del señor de Coubertin. Nacido el 1 de enero de 1863 en París, muy pronto mostró inclinación por los estudios literarios, la historia y las cuestiones de pedagogía y sociología. Renunciando a una carrera militar a la que parecía destinado por tradición familiar, y rechazando también una carrera política que se abría ante él, Pierre de Coubertin decidió, a los 24 años, emprender un vasto movimiento de reforma pedagógica, y a los 25 su obra ya había comenzado: se habían encontrado las primeras fórmulas y se habían realizado los gestos preliminares; de hecho, ya había presentado a la Sociedad para el Avance de las Ciencias varios memoriales destinados a la transformación de los estudios.
En 1889, es decir, a la edad de 26 años, tuvo por primera vez la idea de restablecer los Juegos Olímpicos, cuya celebración había sido abolida en el año 394 de nuestra era y cuya desaparición entonces parecía definitiva. Durante cuatro años, sin fatigarse, preparó la opinión pública en Inglaterra, en los Estados Unidos de América y en Francia, en vista de esta renovación; finalmente, el 25 de noviembre de 1892, cuando tenía 29 años, anunció durante una conferencia en la Sorbona que los Juegos Olímpicos, desaparecidos desde hacía quince siglos, iban a reaparecer modernizados, con un carácter claramente cosmopolita.
Esa previsión se realizó prácticamente en un congreso internacional y deportivo que él convocó en 1894, en esa misma Sorbona, en París. Quince naciones diversas estaban representadas, entre las cuales Estados Unidos e Inglaterra, países donde la práctica del deporte ya estaba muy desarrollada y sin cuya adhesión ningún movimiento de orden internacional podría considerarse. A lo largo de ese congreso, que duró ocho días, el señor de Coubertin supo comunicar tan bien su entusiasmo a todos los que en el mundo entero se apasionaban por los ejercicios deportivos, que se decidió, por unanimidad, el 23 de junio de 1894, restablecer los Juegos Olímpicos y celebrarlos a partir de entonces cada cuatro años, sucesivamente en distintos países. Se constituyó un comité internacional, del cual el barón de Coubertin aceptó ser presidente, para velar por el destino de esta institución.
Dos años después, en 1896, Grecia celebró los primeros Juegos Olímpicos modernos en el estadio de Atenas reconstruido. El carro triunfal avanzaba: estos juegos se celebraron después con éxito creciente en París (1900), en St. Louis (1904), en Londres (1908), en Estocolmo (1912); la guerra impidió la celebración de los Juegos de 1916, previstos para Berlín; Amberes tuvo el honor de organizar los Juegos de la VII Olimpiada en 1920; siguieron París en 1924, Ámsterdam en 1928, Los Ángeles en 1932 y Berlín en 1936. Por iniciativa del barón de Coubertin, ya en 1924 se instituyó un ciclo especial de Juegos de Invierno; los primeros se celebraron en Chamonix, luego en St. Moritz en 1928, en Lake Placid en 1932 y en Garmisch‑Partenkirchen en 1936.
Todos conocen la historia de estos Juegos, pero lo que generalmente se ignora es el trabajo incansable, la tenacidad y la perseverancia del señor de Coubertin para realizar, completar y perfeccionar esta obra; le debemos a él, y solo a él, toda la organización general de los Juegos Olímpicos, que se beneficiaron de su espíritu metódico, preciso y de su amplia comprensión de las aspiraciones y necesidades de la juventud; fue, de hecho, el único organizador (en la forma y en el fondo) de los Juegos; la carta y el protocolo olímpicos, así como el juramento del atleta, son obra suya, al igual que el ceremonial de apertura y clausura de los Juegos. Además, hasta 1925 presidió personalmente el Comité Olímpico Internacional, asumiendo solo todas las responsabilidades administrativas y financieras.
Hoy en día, todas las naciones, todas las razas se interesan por el olimpismo y, en particular, por los Juegos cuatrienales; gracias al señor de Coubertin, la práctica de la educación física y del deporte se ha popularizado en todos los continentes, en todo el mundo, modificando hábitos y modos de vida y ejerciendo una influencia profunda sobre la salud pública; por tanto, es lícito afirmar que el barón de Coubertin realizó una obra altamente humanitaria y social y que podemos contarlo entre los grandes benefactores de la humanidad. El título de presidente honorario de los Juegos Olímpicos, que no podrá otorgarse más tras su muerte y que le fue concedido en 1925 cuando dejó la presidencia del Comité Olímpico Internacional, fue una recompensa bien merecida por esa notable actividad y por sus esfuerzos durante más de treinta años al frente de ese Comité.
Pero la renovación de los Juegos Olímpicos es solo una mínima parte de la obra del barón Pierre de Coubertin. Además de numerosas publicaciones dedicadas a la técnica y la pedagogía deportivas, publicó importantes estudios históricos, incluyendo una notable “Historia Universal” de concepción totalmente nueva e integrada en cuatro volúmenes, así como muchas notas, estudios y folletos relativos a la política, la sociología, la pedagogía general y la reforma de la enseñanza, etc. El conjunto de sus obras representa más de sesenta mil páginas, y el repertorio de sus publicaciones, elaborado por la Oficina Internacional de Pedagogía Deportiva en 1932 con ocasión de los 70 años del señor de Coubertin, constituye un folleto impreso de 14 páginas. Ese conjunto de trabajos y estudios lo sitúa entre los historiadores más reputados de la época actual; es también un gran pedagogo y un eminente sociólogo.
Lamentablemente, en esta breve nota biográfica no podemos analizar sus trabajos principales, ni siquiera citar sus títulos, ni mencionar todas las iniciativas que tomó, los congresos y conferencias que convocó, las instituciones que creó, entre las cuales una, fundada en Lausana en 1928, le era especialmente querida: la Oficina Internacional de Pedagogía Deportiva, que dirigía personalmente y cuya obra magnífica todavía está lejos de estar concluida. En enero de 1937, con motivo de la conmemoración de su jubileo pedagógico en el Aula de la Universidad de Lausana, tras trazar brevemente su obra, el señor de Coubertin abrió amplias y hermosas perspectivas e indicó a sus sucesores lo que aún restaba por completar. Fue un testamento emocionado, un vibrante homenaje dirigido a quienes le fueron fieles, a los hombres que continuarán su obra y a quienes ya aludía en 1902 en el 'Roman d’un rallié'. Nada mejor resume su obra que citar algunos pasajes de esa novela, la única que escribió, que sintetizan el tipo de filosofía práctica que inspiró la mayoría de sus escritos y que guió toda su vida:
“La vida es simple porque la lucha es simple. El buen luchador retrocede, no se abandona; cede, no renuncia. Si lo imposible se alza ante él, se aparta y va más lejos. Si le falta el aliento, descansa y espera. Si es puesto fuera de combate, anima a sus hermanos con su palabra y su presencia. Y aun cuando todo se derrumbe a su alrededor, la desesperación no penetra en él”.
“La vida es solidaria porque la lucha es solidaria. De mi victoria dependen otras victorias cuyas horas o circunstancias nunca conoceré, y mi derrota acarrea otras, cuyas consecuencias se perderán en el abismo de las responsabilidades ocultas. El hombre que estaba delante de mí alcanzó, al atardecer, el lugar de donde partí esta mañana, y el que viene detrás aprovechará el peligro que yo alejo o las trampas que yo señalo”.
“La vida es bella porque la lucha es bella – no la lucha ensangrentada, fruto de la tiranía y de sus malas pasiones, las que conducen a la ignorancia y a la rutina – sino la sagrada lucha de las almas que buscan la verdad, la luz y la justicia”.
Citemos además otra frase, que era la temática favorita del gran difunto: 'No destruir nada de lo que puede ser utilizado; no comprometer nada de lo que ha sido adquirido útilmente.' Son palabras de un sabio, de un gran filósofo reconocido como el jefe indiscutible del movimiento deportivo moderno, de un líder que hoy llora todo el universo. Suiza en particular, y sobre todo la ciudad de Lausana, que lo nombró hace unos meses ciudadano honorario con ocasión de sus 75 años, pierde en él a un amigo devoto. De hecho, residió frecuentemente desde 1910 en la capital vaudense y allí se estableció definitivamente en 1913, año en que convocó en esa ciudad una sesión del Comité Olímpico Internacional y un congreso internacional de pedagogía y psicología deportivas. Durante la guerra, Lausana se convirtió en la sede del Comité Olímpico Internacional, y fue en esa ciudad donde el Comité celebró su 25.º aniversario de fundación en 1919, realizando su primera sesión de la posguerra; una nueva sesión del Comité Olímpico Internacional y un congreso internacional de técnica deportiva tuvieron lugar en Lausana en 1921. Durante la guerra, ya se había abierto un museo olímpico en Lausana por iniciativa del señor de Coubertin, quien posteriormente fundó allí, en 1920, la Oficina Internacional de Pedagogía Deportiva.
Fue el señor de Coubertin quien hizo de Lausana la capital del Olimpismo moderno; fue también él quien, ya en 1913, alentó a las autoridades de Lausana a presentar la candidatura de su ciudad como sede de las futuras olimpiadas, y uno de los deseos que expresó en el último encuentro que tuvimos pocos días antes de su muerte se refería a la celebración de los Juegos de la XIII Olimpiada, en 1944, en Lausana. Además, en varias ocasiones manifestó por escrito su deseo formal de ver celebrarse en Lausana los Juegos conmemorativos del quincuagésimo aniversario de la renovación del olimpismo; ¿no escribió él, entre otras cosas, el verano pasado: “Ayer, Los Ángeles. Hoy, Berlín. Mañana, Tokio. Pasado mañana, quizá Lausana, a la que, en todo caso, le estará reservado, en 1944, el ceremonial del quincuagésimo aniversario del restablecimiento de los Juegos. ¡La pequeña Suiza, tras el Imperio del Sol Naciente, no sería estupendo! La historia está hecha de esos contrastes”.
¿Podrá realizarse ese deseo del ilustre renovador de los Juegos Olímpicos? Eso dependerá de las decisiones que tome el Comité Olímpico en 1939.
Personalmente, perdemos a un viejo amigo y a un Maestro venerado, un guía seguro cuyos consejos fueron siempre valiosos. Recibía a todos con amabilidad y benevolencia; cuántos visitantes de todos los países vinieron a llamar a su puerta como a la de un profeta. Fue, además, un profeta de los tiempos nuevos, buscando siempre realizar, mediante el deporte, el estudio de la historia o de la filosofía, el acercamiento pacífico de los pueblos. ¿No definió él mismo el olimpismo con estas palabras: “Alegría de los músculos, culto de la belleza, trabajo al servicio de la familia y de la sociedad”, esos tres elementos unidos en un haz indisoluble? La idea Olímpica moderna es esa, tal como el Comité Olímpico Internacional se dio por misión servirla y propagarla. Que la alegría llene los valles, que el ideal brille sobre las montañas, que el trabajo extienda sobre toda su égida benéfica; entonces la paz reinará, más asegurada que por la estipulación de tratados y por el peligroso equilibrio del temor.
La obra del Barón de Coubertin es, ante todo, una obra de paz que es y permanecerá fecunda. Su memoria permanecerá viva en todo el universo y particularmente en Suiza, su país de adopción que tanto amaba. Casi tanto como Francia, su patria natal, y tanto como Grecia, su patria intelectual. Por ello, no será sorprendente saber qué hace algunos años la Asociación de Amistades Griego‑Suizas aclamó a este francés de genio como su presidente honorario.
Al concluir esta breve nota biográfica, enviamos, en nombre de todos los deportistas del universo, en nombre de los miembros de los Comités Olímpicos y de sus amigos, un adiós supremo y emocionado al barón Pierre de Coubertin, cuyo recuerdo permanecerá grabado para siempre en nuestros corazones y cuyo genio aún irradiará durante mucho tiempo sobre el mundo entero. Enviamos al Comité Olímpico Internacional, del cual es el fundador, a las organizaciones que dirigió con tanto devoción y competencia, y sobre todo a Madame la Baronesa de Coubertin y a su familia, nuestras más sentidas condolencias y la expresión de nuestra profunda simpatía.
IN: Gazette Coubertin, no 68-69, 2022, pp. 14-17.
Imagen de portada: Olympics.com (fotografía coloreada artificialmente mediante software de edición de imagen).